Descripción
Mi primer encuentro con Dylan fue en una misa, de niño, cuando oí “Saber que vendrás”, la versión de “Blowing in the Wind” que la Iglesia Católica había incorporado a su liturgia. Para el niño anticlerical que era yo, fue difícil mirar con simpatía a Bob Dylan desde entonces.
Pero con el roce y el tiempo acabé comprendiendo su grandeza. Y como en las mejores historias de amor, con el tiempo me he ido sintiendo más conectado con ese sentimiento de soledad que él desgrana; con esa verdad de que es capaz.
Aquí preside la Última Cena como el mesías que ha sido, sin el que es imposible entender la música que ha venido después. He tomado prestada la imagen de Juan de Juanes que se exhibe en el Museo del Prado, una obra que podría por sí misma convertirme al Cristianismo por su vehemencia. Muchos consideran este cáliz, que se conserva en la catedral del Valencia, como el verdadero santo grial. Me gusta creer que es así; que Dylan bebe de la copa de las esencias y que la reparte generosamente entre sus discípulos.
¡Bob, todo está perdonado, no me importa que sigas haciendo canciones de misa!