Descripción
Las aventuras armenias de San Bartolomé acabaron mal para el pobre apóstol, o bien, según se mire: seguro que su despellejamiento a manos del rey Astiages le valió un sitio a la vera de Dios Padre. Por eso mismo he asignado el rol de Bartolome a Leonard Cohen. No porque éste sea un despellejado en vida, un hipersensible ni nada parecido. Sino porque ambos han utilizado la piel para tocar el cielo, por la persistencia de Leonard en alcanzar la gracia restregándose con hermosas mujeres que se le antojaban, además de graciosas, dotadas de aura profética. El amor le acercaba a alguna clase de misterio que trascendía la materialidad del roce. Follar era su oración sanadora, y las mujeres, los altos en su permanente vía crucis de perfección. ¿Llegaría a perder en algún momento ese aliento? ¿a desengañarse y percibir la inutilidad de ese acto y el horror al vacío de la repetición? No creo. Una vez convertido al budismo resulta natural hacer del acto una forma de meditación y de cada jadeo un mantra. Al final de sus días su pellejo curtido sería su ofrenda al Buda, la materia de toda su poesía.