Descripción
Yo acostumbro a ser indulgente con las debilidades humanas; como buen determinista y negacionista del libre albedrío no puedo responsabilizar a nadie de nada y menos a un yonqui como lo fue Chet Baker. En este caso, ni siquiera podemos decir que Chet perpetrara las putaditas y putadones que se le atribuyen. Más bien fue la heroína, el mono, todo ese rollo sórdido y lamentable en que uno se mete por puro aburrimiento y acaba en verdad entreteniéndole mucho más de lo deseable. Y aunque probablemente tampoco sea responsable de esa música suya que bascula entre la exquisitez y el empalago, yo se la concedo como atributo que le permita ganarse un lugar en el cielo. Un cielo rosa, eso sí, porque aunque tampoco sea responsable de su homofobia, yo tampoco lo soy de mis particulares ajustes de cuentas. Dicho esto, decir que Chet es uno de mis grandes amigos invisibles y si tengo que dar gracias a la droga por la maravilla de su música, haré de tripas corazón.